Si pudiera matar los segundos
como aplastadas hormigas ciegas,
sucumbirían ante mis dedos
infinidad de volcanes
y se abriría el infierno
de las hojas de la espera.
Tic-tac, agradecida porque los
relojes son digitales
y porque la savia
corre presurosa a través de la ventana.
Mounstros estáticos,
de cemento y ladrillo,
me aúllan entre la melena,
me devoran los ojos
apagan mis sienes.
¿Hasta cuándo este martirio de burócrata?
¿Hasta cuándo?
La Pululante
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