Hay un delirio
silencioso en las piedras que se nos amontonan en los pies, yo escucho con
atención su respiración. Callo. Escucho. Soplo levemente mis huellas para que
las piedras no me encuentren; pero yo tropiezo incansable, en el silencio,
palpando el desvarío, el sueño, la realidad suculenta de flores muertas.
Sea
tal vez que soy yo la de la agonía y que despierto con las estrellas tullidas
entre los dedos de los pies. No me doy cuenta. No sé si yo las persigo o ellas
me necesitan para sentirse piedras y yo demente, en consecuencia.
Será que las
fiebres alimentan no solo el desvarío sino el rumbo de mil búsquedas de
tempestad húmeda en el vacío de las hojas, yo jugando a ser árbol.
Vos siempre
observando desde lejos. Con un ojo tendido, siempre estorbando, siempre
doliendo. Y te arranco, como una ceniza imprudente, te escupo la entraña y te
saco la cabellera gris que me pertenece, que es mía. Mi soplo se convierte en
torrente y quedan de nuevo mis pies.
Hoy será un año, mañana diez y esta
tormenta de días te dejará agradecida de ser gris, agradecida de ser viento,
agradecida de ser desvarío y no piedra.
vR/febrero y sus realidades 2015.