Ha atravesado la
puerta al compás del viento, sin mayor tragedia más que la de sus ojos redoblar
el tiempo al pie de los abismos del corazón de la casa. Se vio las manos
impregnadas de varias raíces negras que empezaron a rasparle hasta las orejas.
No se inmutó. Continuó sus pasos de pez ligero sobre el piso, una loza vieja
lustrada por manos áridas, por pies descalzos y tullidos. Observó cada detalle
al atravesar la comisura de los rincones. Viejas arañas y graciosas cadenas de
hilos colgando pegadas a las orillas de la cordura. Ella, con su gesto de
reconocimiento, extendió sus piernas a los costados de las luces que asesinaban
las ventanas rotas. Sus piernas, blancos maderos y fuertes, se abrieron, dieron
paso al alumbramiento de meses de luna y río, de peces y evocaciones a la luz.
Ella llenó el vacío del patio con su canto de sirena y hundió su cabello al
borde de las flores, donde cada noche las estrellas besan sus secretos.
Ella duerme ahora, juega entre sueños, va tras las mariposas y ellas le acompañan el cuerpo. Por breves segundos, se fragmenta... huele a lluvia.
Aquí ya llueve y entonces se vuelve tierra y crece entre sus dedos.
Ella duerme ahora, juega entre sueños, va tras las mariposas y ellas le acompañan el cuerpo. Por breves segundos, se fragmenta... huele a lluvia.
Aquí ya llueve y entonces se vuelve tierra y crece entre sus dedos.
Yo crezco entre sus
dedos…
abril/mayo 2015