martes, 17 de mayo de 2016

La ventana (monólogo)

Pensé que el desierto no estaba hecho para mí, que el agua era mi reino y que el odio era un invento de cemento para construir infiernos paralelos. En mi reducido universo de compromisos, el amor era una manifestación cotidiana de detalles explosivos, desde abrir los ojos hasta morir de pena por salvar a tu objeto de amor. Abrir los ojos con amor, hacer el café con amor, lavar la ropa con amor, limpiar la casa con amor, trabajar con amor, comprar la comida por amor, pagar las cuentas por amor, prestar dinero por amor, perdonar las faltas por amor. Eso es el amor, todo lo puede, todo lo salva, todo lo transforma.

Odiar a nuestras respectivas madres, era un eslabón más que nos había unido entre nuestras caóticas jornadas de alcohol; terminábamos llorando y moqueando, haciendo el amor semidormidos para gravitar en la convulsión de un te amo entre cortado que partía el aire en veinticuatro palomillas de poesía sin dueño. Dormíamos poco, bebíamos mucho y nunca volvimos a ser los mismos. Cíclope y yo, habíamos traicionado los sueños y juntos nos convertimos en fortaleza contra todo aquello que no nos gustara, el sistema, el consumo y la mentira ajena. Yo era su flecha, su viento, su sangre y como tal, siempre me repetía al espejo: soy flecha, soy viento, soy sangre y te amo. Eso era el amor para mí, aunque los celos se amontonaban al final de las cervezas, los minutos eran contados con precisión y los detalles de mi cuerpo eran inspeccionados uno a uno, así también mis olores.

No tengo presente el momento en que el odio hacia a su madre se convirtió en mi contra y que aquella mujer que tanto odiaba también era yo, en carne y hueso junto a él.
El odio.
El odio se veía en sus ojos y de ser su "negra" pasaba a ser la peor de las "putas" en el menor cambio de viento. El odio. Nosotras las mujeres que amamos, lo de putas nos quedaba como calzón grande, para mí, una ofensa total y absoluta. Sabía que mi anterior desenfado de traiciones me precedían como una mujer de "poco confiar" a la que había que sumarle el descaro y la constante rebeldía criticando el mismo actuar de los hombres ¿cuál era la diferencia? Nadie nunca respondió, especialmente, ningún hombre. Así es que cuando hube de encadenarme a mi propio compromiso de fidelidad, con fe absoluta de redentora, coloqué una soga a mi dedo y decidí que pertenecería a él, sin importar el porvenir de los días, mis piernas de palo blanco serían siempre su soporte en esto que de vida nos quedaba.
 
El odio. Puta, de cabeza a los pies, sin más remedio, puta. Por decir lo que piensas, por maquillarte, por usar tacones, por actriz mentirosa, por coqueta regalada, por reír mas de la cuenta y lo peor, reír a carcajadas. Puta por fumar, por dejar a tus hijas, por revelarte en el momento en que más se necesita de tu silencio para sobrellevar las cargas. Puta, esa era yo, sin remedio. El odio. Así es que sin más, decidí aceptar que era puta, ahora tatuada y perforada, una puta de gran prestigio. Una puta feliz de serlo. Para ese entonces, ya mi amor de puta había sobrevivido una arrastrada por la calle, un diente astillado, una mano cortada, un perro extraviado con intención, un monitor de computadora esquivado, unos cuantos gritos y empujones, pero jamás golpes.
Lo que no perdonaría jamás era la infidelidad, pero como me lo informó el mismo día, lo de infidelidad o no, ya no importaba más y fue entonces que morí. Todo a mi al rededor murió. Así pasaron los meses, mi vientre también murió.
El odio.
Sus dos chasquidos fueron música para mis oídos y mi amor cobraba sentido de nuevo, esta vez, con supuestas limitaciones, pero nunca supe medir nada, especialmente lo que me hacía daño, finalmente tampoco importó.
El odio. Ni mi tiempo, ni mi dinero, ni mis sacrificios, ni mi amor pudieron transformar nada. Cíclope perdió su ojo, la poesía cesó y el miedo se apoderó de mis piernas de palo blanco.

*****
Aquella era una ventana de la cual se encontraban suspendidas dos estrellas inmutables al frío. La roja se convirtió en el centro del mar y la azul se colgó del centro de la boca del mendigo: mi vecino que nunca tuvo azúcar ni paz.

Aquella inexplicable incoherencia amasó los días y los hizo pan de pueblo, tibio y amante de las manos arboledas gigantes de hambre. Transformó la caída del sol en un camino seguro hacia el ombigo de mil noches sin luna, que redonda, perseguía la saliva de los sueños esculpidos en la espalda de las flores.

¿Qué era el miedo sino un invento para quien la fuerza se encuentra en el lado oscuro y perverso de su ojo, qué era el mierdo?

El miedo dejó de ser miedo y la vida cobró sentido desde el polvo.

******

La luz de la mañana entraba por el pequeño espacio que había en el baño. Veía un cuerpo suspendido frente al espejo. Los pies y manos dormían, la boca no podía abrirse. El cuerpo sentía dolor en medio de una tragedia de hambre de amor. Invoqué mi nombre y los ojos se abrieron, eran los míos. Entonces repetí: soy flecha, soy viento, soy sangre y ya no te amo.

Vr/marzo 2014

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