Y quien conociera como yo el eco de tu vómito al atardecer,
con la convulsión de los días en la desesperanza de tu renuncia a lo posible…
vaya manera de morir cotidianamente sin mediar palabra con la puesta del sol,
con el canto de las uñas cuando gritan tu nombre a la orilla del precipicio,
colgada de la ventana.
Toda silueta de luz e ilusión partida en la imprudencia
de tus ojos al abandonar los días, cerrarlos como quien cierra el libro de las
mentiras más bellas, caer desde la cornisa hasta el borde del camino sin gracia
alguna, más que la de tu cabello moverse con tus manos, con tu lengua que no
buscan el abrazo de la certeza sino lo dulce de lo efímero.
Vete pues, de allá
de donde vienes, donde no hay más historia que un pequeño roce sin la oscuridad
de lo profundo.
vR. 30 del simple septiembre del 2015
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