Cuando te
besé, sabías a muerte sedienta
y tu
almohada tenía la forma de tu cabeza
detenida
por el tiempo.
Ayer te
había pensado
riendo y
somatando ollas en la cocina
pidiendo
una cerveza para emborrachar la memoria.
Hoy te
vuelvo a besar
y la
muerte me acomoda el cabello,
tus
coágulos escupieron las manos de mi realidad.
Mañana te
llevaré flores llenas de mis puños
los buitres
dejaran caer sus ojos en mi llanto
y yo no
podré decirte adiós.
Siempre rebeldes mis manos, rebeldes y libres.
No verás de mis manos verter un adiós.
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