Cayó la noche en la orilla de la calle
angustiada por su humedad de invierno,
yo la ví por la esquina de mi ojo izquierdo
y adiviné acaso, su corto destino
que se rompió con la última botella
de gusano que se me atravesó por la garganta.
Ya no llora el parque por la tristeza inmunda
que tienen las uñas de los sin tierra, de los sin raíz.
Abultada en el hombro del olvido,
aquellas hojas azules están ancladas en el vertedero
que tienen los callejones con tope.
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