Cada vez que dejo tus manos abiertas
como flores despiertas
en medio de la calle, entre la oscuridad
me encuentro acarreando una lágrima más
al pozo de mi tristeza
una y otra vez,
perpetuo sonido infranqueable,
taladro agudo del dolor,
rompe pecho, rompe risas.
Escucho el sonido cuando te arranco
de mis pupilas
un mar supura, entre las tres.
Es verdad, tenemos que ir al mar
a ofrendar y agradecer
las cercanías y las distancias
que siempre serán así.
Y el mar,
siempre estará allí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario